Lo que le da a un retrato alma y a lo mejor cierto aire de
exactitud, no es la fisonomía exacta, con las partes del rostro en consonancia
y perfecta disposición. Con ello sólo conseguimos un parecido real.
Cuando uno sonríe
los ojos no pueden estar tristes o abiertos de sorpresa. Si los ojos están animados,
no podemos poner una boca curvada apagada como de sollozo, porque entonces el
retrato tendría un aire falso y no parecería natural.
Entonces, deberíamos
tener presente que cuando los ojos se entornan, la actitud debería ser
sonriente, las comisuras de los labios se alzarían hacia la nariz, las mejillas
se rellenarían y las cejas se ensancharían.
Yo no soy una
pintora lo suficientemente minuciosa como para engarzar bien las distintas
partes de una cara.
En este retrato de Pepe Simarro Junior emulo la contradicción, vemos que los ojos no están para nada entornados, para esa ligera sonrisa guasona. Sin embargo,
la combinación de estos rasgos contradictorios, de una mirada seria con una
sombra de sonrisa, da por resultado una inestabilidad sutil, una expresión que
oscila entre lo pensativo y lo burlón, que intriga y fascina a la vez.
Soy expresionista
y también trato de conseguir esa armonía y equilibrio eliminando datos que son para
mí superfluos. De la forma más pura, procuro dejarlos a veces deliberadamente
incompletos y así conseguir un aspecto irónico. Contradicciones intrigantes les
otorga aspectos más naturales. Pero sin exagerar la nariz como en una
caricatura.